John DeCostanza

Servir con el corazón roto en esta temporada de Cuaresma

abril 2, 2025

Pero aún ahora —oráculo del Señor— vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos; Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al SEÑOR, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad, y se arrepiente de tus amenazas.

—Joel 2:12-13

 

Con estas palabras se inició la Cuaresma para 1.8 mil millones de católicos y los más de 2.38 mil millones de cristianos en el mundo. Se inició con sufrimiento y, seamos honestos, ¿quién de entre nosotros no ha vivido una época de congoja?

Como muchas cosas que han emergido de la tradición cristiana, los orígenes de la Cuaresma y sus prácticas actuales se asemejan a un “potluck”, ya que contiene y ofrece un poco de todo. A principios del siglo IV, existían prácticas bautismales entre las comunidades cristianas que vinculaban la muerte y la nueva vida en Jesús, al igual que lo hacemos hoy día. Las aguas bautismales, especialmente para los que hemos experimentado la inmersión completa, se llevan el soplo de la vida por un momento. Cuando emergemos del agua y recobramos el aliento, nacemos a una nueva vida.

Aquellas maneras de recordar ese ciclo de vida y muerte empezaron a conformar un ritmo anual. En alguna de estas etapas, el término en inglés “Lent” (Cuaresma) evolucionó a partir de “lencten”, una palabra del inglés antiguo que se refiere al alargamiento de los días o a la temporada primaveral. En la vida de las comunidades cristianas, esas prácticas bautismales se fundieron en lo que actualmente conocemos como el ayuno, la oración profunda y la caridad hacia los pobres.

En cada práctica entregamos algo y, esta es la parte que a menudo se olvida, recibimos algo a cambio. El ayuno es un sacrificio del alimento que sustenta el cuerpo. La oración es un sacrificio de tiempo y atención dedicados a Dios, lo que sustenta el espíritu. Donar los recursos propios (limosna o servicio) es un sacrificio, ya sea de dinero o de tiempo y energía, para apoyar a los necesitados. Este último elemento, la caridad, sustenta nuestra comunidad.

Durante la Cuaresma, muchos agregan una disciplina espiritual más allá de estos tres elementos clave al renunciar a algo. Nos abstenemos de los dulces, las palabras groseras, el alcohol, la carne roja y otras cosas por los 40 días. Para muchos de nosotros, se trata de sacrificios significativos que logran lo que se proponen: aumentar nuestra confianza en Dios al recordarnos las maneras en que nos sustenta y nos nutre el Espíritu Santo.

Mi experiencia en ocasiones indica que este sacrificio, como cualquier práctica que se repite, acaba desvinculándose de su propósito deseado. Empiezo con pasión y grandes propósitos porque este año será diferente a todos los anteriores. Pasadas tres semanas, me olvido de mi compromiso, o hago alguna trampa y/o me enfoco totalmente en la culpa que siento por haber tropezado en mi compromiso de abstenerme de las cosas que disfruto.

“Desgarren su corazón y no sus vestiduras”, nos dice Joel. Se trata de un profeta que, con la más contundente claridad, se dedica a lo que se dedican los profetas: expresar las verdades que no siempre queremos escuchar. Los pequeños sacrificios no tratan del corazón, que es el espacio interior donde nos habla Dios. Por el contrario, tratan de nuestras vestiduras: las maneras externas en que comunicamos al mundo que poseemos y vivimos la fe.

Entonces, ¿por qué romper nuestros corazones? La famosa canción “What Becomes of the Broken Hearted”, popularizada en 1961 por Jimmy Ruffin, nos habla de esto:

¿Qué será del desconsolado

Que tuvo un amor y fue abandonado?

Sé que tengo que encontrar

Una forma de tranquilidad

Si usted conoce esa canción, sabe que Jimmy Ruffin sigue en su búsqueda al concluir los tres minutos. Pienso que Dios y la Cuaresma nos ofrecen una respuesta donde termina la canción.

La paz mental que buscamos reside en nuestro vínculo con Dios y con los demás. El ayuno, la oración y acompañar, servir y donar a los demás son un llamado a responder a las personas desoladas y a Dios con nuestro propio corazón roto, no con nuestras intenciones perfectas. No podemos llevar a cabo la labor que Jesús nos llama a realizar —amar y atender al más desdichado de mis hermanas y hermanos— sin aceptar plenamente que cuando se rompe el corazón de nuestra comunidad, también lo hace el nuestro.

En una época donde abundan los corazones rotos en el mundo, regresar a Dios significa volver a afrontar los retos del mundo. Lo hacemos no porque seamos más fuertes o más creyentes o tengamos más aplomo. Esas son las vestiduras de un tipo de fortaleza falsa.

Por el contrario, Jesús nos pide que nos presentemos con todas nuestras carencias. “Asiste al prójimo que sufre”, dice, “porque tú sabes lo que es haber sufrido”. En esta temporada de Cuaresma, espero que se una a mí en la oración de que cada uno de nosotros, por separado, y juntos como sociedad, podamos prestarnos mutuamente una mejor atención al saber lo que significa tener el corazón roto.

Jesús no solo nos espera al final con la promesa de nueva vida en la Pascua. Parafraseando una famosa cita de Sta. Catalina de Siena, Jesús nos dice “que todo el camino al cielo es el cielo” si tan solo somos capaces de amar con el corazón roto.

 

John DeCostanza es vicepresidente de Fe y Misión para Caridades Católicas de la Arquidiócesis de Chicago.

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