Cardenal Blase J. Cupich

Ver a los demás como los ve Dios

marzo 21, 2025

¿Qué contribución está la iglesia especialmente calificada para ofrecer al mundo de hoy en un momento de gran conflicto, polarización y división? El cardenal Robert McElroy abordó esa y otras preguntas en la homilía que pronunció en su toma de posesión como el octavo arzobispo de Washington, D.C. el 11 de marzo. “El único testimonio eficaz que nuestra iglesia puede dar al mundo es mirar cada conflicto que nos rodea a través de los ojos de Dios”. Aquí reside la esperanza que la Iglesia puede dar al mundo, afirmó el cardenal McElroy, para “verdaderamente ayudar a nuestra sociedad a ver a los demás más como los ve Dios: amados hijos, hermanos y hermanas”.

Es este tipo de testimonio el que puede dar un alma a nuestra política. El papa Francisco abordó este mismo tema en su encíclica “Fratelli Tutti” (FT):

“Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el núcleo del verdadero espíritu de la política. Desde allí los caminos que se abren son diferentes a los de un pragmatismo sin alma. Por ejemplo, ‘no se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos’”.  (FT, 187).

Es esta visión la que tenemos que ofrecer a la sociedad, y especialmente a aquellos que ocupan cargos de elección. Ellos tienen el noble llamado a ser “un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por no resolver efectivamente ‘el fenómeno de la exclusión social y económica’”. (FT, 187).

Cada uno de nosotros debería estar dispuesto a hablar con nuestros funcionarios electos sobre la meta verdadera de la política, algo que el Santo Padre nos recuerda que es “más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje mediático. Todo eso lo único que logra sembrar es división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto común” (FT, 197). Deberíamos recordarles que las preguntas que deberían hacer no son: “‘¿Cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?’. Las preguntas, quizás dolorosas, serán: ‘¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?’” (FT, 197).

Al concluir su homilía, el cardenal McElroy nos trajo de vuelta a cómo Dios miraba todo lo que fue creado: “El estribillo constante en el Libro de Génesis, a medida que Dios se mueve a través del arco de la creación, es afirmar la bondad de todos; y especialmente de la humanidad. Constituye un rechazo a la división y al desprecio de enemigos percibidos y de aquellos con quienes no estamos de acuerdo”.

Es esta visión que Dios tiene para la humanidad, señaló el cardenal, la que nos permite descubrir la esperanza para la humanidad, una esperanza que está “arraigada en el bien común y la dignidad sagrada de cada persona humana, porque solamente dicha visión puede sanar a nuestra sociedad, que ahora se encuentra tan a la deriva”.

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