En el transcurso de apenas unas pocas semanas, la nueva administración suspendió repentinamente la ayuda exterior durante 90 días, haciendo drásticos recortes de fondos y personal en la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). Esto ha sumido en el caos a la red de organizaciones benéficas que administran nuestra ayuda humanitaria global, incluidas aquellas financiadas por católicos. Actuar tan precipitadamente tiene un costo humano, lo cual es parte de la razón por la que el 13 de febrero un juez federal ordenó a la administración restablecer la financiación, dada la “probabilidad de una demanda con éxito de que las acciones del Ejecutivo violan la Constitución y los estatus de los Estados Unidos”. Si bien un gobierno tiene derecho a garantizar que los fondos de los contribuyentes se gastan sabiamente, congelar esa ayuda, incluso antes de dicha revisión, aumenta el sufrimiento de las personas con hambre, sin hogar y amenazadas por enfermedades. Aunque el gobierno anunció que el trabajo de asistencia para salvar vidas quedaría exento, estas exenciones no están siendo implementadas de manera efectiva. Una USAID paralizada no está realizando pagos oportunos por trabajos pasados y actuales en estos programas que salvan vidas, tal vez causando un daño permanente en la capacidad de los grupos de ayuda humanitaria para salvar vidas. La decisión de recortar abruptamente la financiación de USAID provocó respuestas rápidas de la comunidad internacional, incluida la Santa Sede: “Detener USAID pondrá en peligro servicios esenciales para cientos de millones de personas, socavará décadas de progreso en asistencia humanitaria y desarrollo, desestabilizará regiones que dependen de este apoyo crítico, y condenará a millones a una pobreza deshumanizante o incluso la muerte”, según una declaración de Caritas Internationalis, una confederación de 162 agencias de ayuda católicas que operan en más de 200 naciones y territorios. El efecto de estos recortes de financiación ha sido impactante tanto para las organizaciones benéficas pequeñas como para las más grandes, como Catholic Relief Services (CRS), el programa de ayuda exterior de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos. Carolyn Woo, quien dirigió CRS de 2012 a 2016, y se desempeñó alguna vez como decana de la Escuela de Negocios Mendoza de la Universidad de Notre Dame, ofrece una evaluación escalofriante: “El congelamiento [de la ayuda exterior]”, le dijo a Our Sunday Visitor, “donde afecta a programas como este, realmente pone en riesgo la salud y el sustento de las personas, y de hecho podría causar la muerte”. Eso es porque cada año, como ha sucedido durante más de ocho décadas, CRS provee ayuda a aproximadamente 210 millones de personas a lo largo de 120 naciones — y, como escribió Woo en un artículo el 7de febrero en America, más de la mitad de su presupuesto proviene de contratos de USAID. Se recorta el presupuesto de una organización benéfica a la mitad, y se corta a la mitad la cantidad de ayuda que puede proporcionar. ¿Qué tipo de ayuda ofrece CRS? De vuelta a Woo: “Las subvenciones de USAID permiten a CRS llevar a cabo asistencia de emergencia y desarrollo transformador a largo plazo. El trabajo cubre e integra múltiples áreas para el florecimiento humano: alimentación, salud, sustento, agricultura, educación, agua y saneamiento, desarrollo infantil, acceso a capital y construcción de paz”. Este complejo trabajo no es simplemente una limosna, sino una ayuda. Woo recuerda la historia de Ernesto, un agricultor que se encontró en la indigencia después de años en los que los costos superaban las ganancias por las ventas de los cultivos. Con la ayuda de CRS, el agricultor aprendió a producir un nuevo cultivo de manera sostenible, y con esa primera ganancia pudo encaminarse hacia la estabilidad financiera. Pronto, comenzó a enseñar a otros agricultores estos métodos, e incluso ahorró lo suficiente para enviar a sus hijos a la universidad. Este programa fue financiado con una subvención de USAID. Algunos afirman que restringir USAID era necesario porque es un “despilfarro”. Woo aborda eso también, explicando que durante las últimas tres décadas, la pobreza mundial ha disminuido de un tercio de la población a una décima parte, que ha sido posible por la ayuda internacional para el desarrollo. Y lo que es más, señala Woo: “las tasas de mortalidad tanto materna como infantil han disminuido en un 50 por ciento”. Para cualquier persona que dé prioridad a las cuestiones de la vida, es difícil imaginar un mejor retorno en una inversión, considerando que USAID representa menos del 1% del presupuesto federal. Pero la crisis humanitaria ocasionada por estos recortes implacables también es una crisis de confianza: confianza en los Estados Unidos de América, en su capacidad para cumplir su palabra y honrar sus promesas. Dicha pérdida de confianza podría tener graves consecuencias. Esto fue destacado inmediatamente por el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo emérito de Viena. En una columna reciente refiriéndose a la cancelación de contratos, el cardenal escribe: “Lo que está sucediendo actualmente en Estados Unidos es peligroso”. “Los contratos gobiernan gran parte de nuestras vidas”, continuó el cardenal. “El estado de derecho prospera en el hecho de que los tratados aplican”. Cuando los acuerdos se rompen, “los poderosos dictan su voluntad, sin importar lo que está acordado contractualmente”. “La lealtad y la fe, la confianza y la seguridad, y sobre todo los más débiles, más pobres e indefensos se están quedando en el camino”, prosigue el cardenal Schönborn, haciendo una pregunta sencilla pero mordaz: “¿Queremos nosotros eso?” El “nosotros” en ello importa. Para cualquier nación, la ayuda exterior es una expresión de sabiduría estratégica. Un mundo con menos sufrimiento humano es por definición un mundo más seguro. Un mundo en el que las naciones cumplen sus acuerdos es uno en el que el desarrollo tiene una mayor posibilidad de éxito. El camino para mejorar la condición humana no se dirige hacia adentro sino más bien hacia afuera de nosotros mismos, de nuestros enclaves y naciones, hacia la asociación internacional duradera y el auténtico florecimiento de la familia humana. Finalmente, la ayuda humanitaria exterior también es, más profundamente, una expresión de los valores de una nación. Los valores estadounidenses todavía incluyen cuidar de los menos afortunados, defender a los oprimidos y construir una paz duradera a través de la solidaridad. Estados Unidos expresó valores estadounidenses cuando ayudó a Europa a reconstruirse después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial; este es nuestro legado como nación y es uno que nunca debemos abandonar. Como cristianos, seguimos el llamado del Señor a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, incluso cuando es difícil. Pero hay un cálculo menos espiritual a considerar: más precisamente, que debilitar la red de seguridad social en casa o en el extranjero eventualmente nos afectará a todos, ya que ninguno de nosotros es invulnerable a la enfermedad o la desgracia, sin importar cuán bendecidos estemos con salud o riqueza. Estados Unidos haría bien en no excederse en el alcance de su poder en un mundo conectado. Después de todo, nunca sabemos cuándo necesitaremos la ayuda de un Buen Samaritano.